En 1901 un experimento de un científico americano demostró
supuestamente que todos perdemos 21 gramos en el momento exacto de nuestra
muerte.
El alma, el elemento espiritual e inmortal que, según muchas
religiones, forma al cuerpo humano y con él construye la esencia del hombre, ha
sido concebida desde el principio de los tiempos como una entidad etérea y
volátil, parecida a una corriente de aire o una respiración.
La gran mayoría de estas religiones asegura que la
conciencia o alma del ser humano trasciende a la vida en sí, perviviendo más
allá de la muerte física del cuerpo. Por esto, fueron muchas las personas a lo
largo de la historia que intentaron demostrar empíricamente la existencia del
alma. De éstos, el más recordado fue el físico estadounidense Duncan
MacDougall, quien a principios del siglo pasado postuló que el alma tenía que
tener una masa o sustancia medible. Su argumento fue el siguiente:
“Partiendo del supuesto de que si las funciones psíquicas
continúan existiendo como una individualidad o personalidad separada después de
la muerte del cerebro y del cuerpo, entonces tal personalidad sólo puede
existir como un cuerpo ocupante de espacio. Y como se trata de un “cuerpo
separado”, diferente del éter continuo e ingrávido, debe tener peso, igual que
el resto de la materia. Esa sustancia, obviamente, se desprende del cuerpo en
el momento de la muerte, y por lo tanto la pérdida de peso debe ser medible”.
Alma Humana
El experimento
Para comprobar su teoría, el físico hizo el siguiente
experimento: se trasladó a un hogar de ancianos, donde pudo experimentar sobre
seis personas moribundas, pesándolas antes de su muerte en una cama que en
realidad era una balanza industrial; cuatro de estos pacientes tenían
tuberculosis, otro diabetes y el último sufría una enfermedad sin determinar.
Las notas de uno de los experimentos, escritas por el propio
MacDougall en el asilo de ancianos, dieron cuenta del siguiente resultado:
“El paciente fue perdiendo peso poco a poco a un ritmo de
28,35 gramos por hora debido a la evaporación de la humedad a través de la
respiración y la evaporación del sudor. Durante las tres horas y cuarenta
minutos que duró el proceso mantuve el final del astil de la balanza un poco
por encima del punto de equilibrio y cerca de la barra limitante superior para
que la prueba fuera más concluyente en caso de que se produjera la muerte.
Transcurridas tres horas con cuarenta minutos, el paciente expiró y, de golpe y
coincidiendo con la muerte, el final de astil bajó y golpeó de forma audible la
barra limitante inferior y permaneció allí sin rebotar. La pérdida de peso se
estableció en 21,26 gramos”.
En un estudio posterior Macdougall también pesó a 15 perros
moribundos en balanzas, descubriendo que su muerte no implicaba ninguna pérdida
de peso. Por ello concluyó que los animales no tenían alma.
Revuelo mundial
Las conclusiones de los experimentos de Mac Dougall, que
comenzaron en 1901, fueron publicados seis años más tarde en la revista
“American Medicine” y en el diario New York Times bajo el título: “El alma:
hipótesis relativa a la sustancia del alma junto a una evidencia experimental
de la existencia de dicha sustancia”. El estudio causó de inmediato bastante
revuelo y desde entonces se originó el mito de que el peso del alma
correspondía a 21 gramos.
El experimento de Mac Dougall, como era previsible, fue
duramente atacado por la comunidad científica, que criticó su falta de
exactitud y rigurosidad. El físico Augustus P. Clarke, por ejemplo, señaló que
en el momento de la muerte se producía un repentino incremento de la
temperatura corporal debido a que los pulmones dejaban de enfriar la sangre.
Entonces, el consecuente incremento de la sudoración podría explicar fácilmente
los 21 gramos perdidos. Clarke también agregó que los perros carecían de
glándulas sudoríparas y por eso su peso no sufría ningún cambio súbito al
morir.
En 2005, el doctor Francis Crick (Premio Nobel 1962),
aseguró que los 21 gramos que había percibido MacDougall en sus experimentos
era una pérdida del proceso físico del cuerpo, exactamente del cerebro y no del
alma. Según él, la actividad neuronal producía un campo eléctrico que hace que
el cuerpo pese más. Entonces, al detenerse esta actividad neuronal (al morir)
desaparece y por tanto el peso también (este argumento, sin embargo, no explicó
por qué los perros, que también tienen actividad neuronal, no perdieron peso al
morir).
Otros físicos también rebatieron a MacDougall asegurando que
para que una masa de 21 gramos se transforme en energía y salga del cuerpo,
científicamente, debe producir un haz de luz. Lo curioso es que el mismo Mac
Dougall, quien en otro experimento intentó ver el alma mediante una máquina de
rayos X, aseguró que había visto un halo de luz en 12 personas moribundas
Independiente de las discusiones científicas, el supuesto
peso de 21 gramos del alma humana se ha transformado ya en una suerte de mito
popular. Para los escépticos, en tanto, el argumento es simple: si no existe
ninguna evidencia científica de la existencia del alma, ¿qué sentido tiene
hablar de su peso?
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